Cambiar el país no es un asunto de Chávez o no Chávez. Es un problema, en más de una medida, idiosincrático.
Cualquier venezolano oposicionista a este régimen –dícese de la llamada “mayoría” en estos tiempos-, asegura que ha hecho lo imposible para salir de este gobierno. Y es que en este país, ese término de “imposible” implica haber asistido a todas las marchas que los supuestos líderes políticos o estudiantiles –cabe la redundancia-, nos han convocado, tal cual borregos sin objetivo.
Caminantes sin rumbo, con ideologías confusas, el venezolano común marcha hasta cualquier punto de la ciudad, siguiendo a las nuevas celebridades “que van a sacarnos de la crisis”. Fotos por aquí, fotos por allá se toma Ismael o Leopoldo con el pueblo, que baila y ríe al sonido de las consignas y del reggaeton del momento.
Lo que no se ha logrado entender, es que para remodelar a este país, que flota en un abismo gravitatorio, no hace falta únicamente salir de Chávez. El problema está en la gente, en la cultura de ese venezolano común, que espera que el gobierno le resuelva todo, y que no aguanta dos pedidas para echar culpas a diestra y siniestra, cuando algo le falla.
Criticamos la corrupción de los funcionarios públicos, mientras contratamos a un gestor para que nos agilice el pasaporte. Nos quejamos del tráfico crónico y rutinario de la ciudad, mientras creamos caos conduciendo por el hombrillo. Nos hacemos los locos coleándonos en la cola de la taquilla porque el “pana” nos estaba cuidando el puesto. Y un sin fin de ejemplos más que caracterizan al venezolano que cuestiona y quiere una salida a la crisis, pero es incapaz de verse en el espejo.
En estos tiempos de incertidumbre electoral todos buscan un cambio, una mayoría en la Asamblea Nacional, porque por algo se empieza. El venezolano le deja el trabajo a los políticos, quienes aprovechan para anteponer sus beneficios egoístas antes que el de un pueblo, un país.
Una mesa de “desunidad” es el tema principal de estos días. La gente critica la falta de compromiso de los líderes, pero nadie hace nada al respecto. Antonio aparece en Globovisión convocando a una concentración, y todos, con disfraz de oveja acuden al llamado, olvidando en pleno, que ellos, quienes hablan de unidad, solo siguen su propio instinto humano de poder.
A estas alturas del partido, las calles venezolanas están repletas de odio y agresividad. Ya no se trata de ser chavista u opositor, se trata de una lucha personal contra la supervivencia en la jungla del caos y la deshonestidad.
Las calles están inseguras, existe una ley de patrimonios donde poco a poco se da cabida a la ruptura de la propiedad privada, los medios se están cerrando, la constitución se fue de vacaciones, pero nada de eso importa, Venezuela sigue estando entre los primeros, en la lista de países más felices. El conformismo nos ha llevado al punto de aprender a vivir con Chávez, de aprender a aceptar lo que se nos imponga, porque siempre habrá distracciones, alcohol en las calles, fiestas a las que asistir, o un viaje a Miami a comprar ropa para año nuevo.
El imperio de Chávez podrá acabarse o no, pero si el venezolano no cambia, este país seguirá cayendo en ese abismo infinito y oscuro, que al momento de entender y reflexionar, puede que sea tarde.
RFC